YA NO ESCRIBO RELATOS
Hace más de año y medio que no escribo un relato, le he dicho esta noche a mi mujer. Año y medio, demasiado tiempo. Y he pensado que hace año y medio Álvaro no había nacido, era un feto al que aún le quedaban unos meses para salir del cascarón. Y a medida que se acercó el gran/temible momento yo dejé de imaginar historias y luego escribirlas o no; a veces, muchas veces, las dejaba que se esfumaran en la nada, de donde habían venido. La magnífica/temible realidad me envolvía en su tela de araña y yo sólo veía el bombo de Esther cada vez más y más abultado y a Álvaro (como si dispusiera de rayos x en los ojos como aquel científico loco de la película) cada vez más y más niño y menos célula-embrión-feto. No sabía yo entonces que iba a tardar tanto en escribir, que pronto ocurriría algo que cercenaría (espero que no de raíz) mis dedos y mis manos y mis brazos. Sin dedos, sin manos, sin brazos no se puede escribir. Ojalá me vuelvan a brotar, como las ramas podadas de un olivo. Aunque lo peor fue la pérdida de la esperanza. La reafirmación de lo que el gran Cioran dijo, que la vida no tiene sentido, ninguno en absoluto, aunque todos intentemos dárselo.
Tres días, sólo tenía tres días, aún era un extraño entre nosotros cuando, recuerdo muy bien, la enfermera me llamó para que lo acompañara. Lo llevaban a uno de esos cuartos sórdidos a través de pasillos sórdidos para hacerle una prueba. Una más. Una tortura más. No sería la última ni mucho menos la peor. Su cabecita pronto se llenó de cables y lo conectaron a una máquina. Tengo esa imagen pinchada en mi corazón y comprendo cada vez que la recuerdo con pesar que entonces, no antes, empecé a querer a mi hijo. Porque en ese momento me hubiera cambiado por él, todavía un extraño, y le hubiera donado mis arterias y mis pulmones y mis ojos... Demasiado pronto sucedió: a los tres días de nacer.
He vagado, sonámbulo, por salas de hospital e intentado imaginar cómo sería nuestra vida cuando pasaran algunos años. Me imaginaba a Álvaro ciego, sordomudo, inválido, retrasado... Buscaba entre las brumas de la desesperación colegios especializados en paliar su/nuestro sufrimiento, hospitales con médicos salvadores, incluso terapias psicológicas que nos ayudaran a afrontar lo que se nos avecinaba. Todo era posible, palabra de los galenos. Hay que esperar, no se sabe la evolución, es aún muy pequeño. Esperas eternas sobre el filo de la cuchilla, cortándome despacio, a fuego lento.
Año y medio sin escribir, vaya secuela. Secuela porque, afortunadamente, Álvaro se encuentra muy bien. Pero no escribo historias. No estoy en la onda, no estoy en ello. No tengo tiempo ni, lo que es peor, quiero tenerlo. Eso sí, esta noche he necesitado el violento contacto del teclado del ordenador con las yemas de mis dedos para escribir estas líneas que brotan, sin rubor, como un vómito imposible de retener por más tiempo. Espero que me sirva de catarsis, que me ayude a olvidar, a volver a imaginar historias como las que escribía antes.
Aunque haya perdido para siempre la esperanza.