domingo, septiembre 30, 2007

A finales del mes de febrero de 1999 un profesor de secundaria mandó este artículo al diario Información de Alicante. Nunca imaginaría las consecuencias que tendría. En el instituto en donde trabajaba algunos profesores montaron en cólera. Ni cortos ni perezosos dieron su respuesta por escrito y también la mandaron al diario Información. Rabiosos, empezaron a recoger firmas entre los compañeros docentes. Al final, sólo una minoría les apoyó. Unos pocos dejaron de hablar al presunto hereje y otros le dieron su apoyo. Lo dejo aquí para que ustedes juzguen:

PAN, LENGUA Y NACIÓN

Ahora resulta que si no sabes idiomas, eres un analfabeto. Bueno, mejor dicho, idioma, el idioma nacional, el euskera. Eso es lo que ha aparecido en unos pasquines en colegios del País Vasco, ridiculizando el modelo que opta por recibir la clase en español, en el idioma usurpador.
Las cuestiones de la lengua son increíbles. Aquí también hay quien emite opiniones pintorescas. Un compañero (la verdad, más de uno) aseguraba que el español (no digo castellano porque éste es sólo el español de Castilla) era un idioma impuesto en el reino de Valencia por el imperialismo castellano, y que el idioma de esta región (o país o nación o yo qué sé) era el catalán. Yo le objeté que era el árabe antes de ser expulsados los moros por su bendito rey Jaume I. Por las armas, no con educación y buenas maneras, todo hay que decirlo.
Cuando impartí clases en el instituto Cabo de las Huertas de Alicante me llamó la atención ver dos letreros en una puerta. Uno estaba bajo el otro. El de arriba decía: BIBLIOTECA. El de abajo decía: BIBLIOTECA. ¡Eso es bilingüismo y lo demás tonterías! El problema consistía en saber cuál de los dos era el que estaba expresado en español y cuál en valenciano, que aquí el orden de los factores sí altera el producto.
En el acto público para la toma de plazas vacantes de Filosofía en Septiembre de 1995, en Valencia, pude ver a un amigo mío, recién aterrizado en la Comunidad Valenciana, poner cara de perro cuando el funcionario encargado de cantar los números y los nombres de los institutos que se iban concediendo, lo hacía, en bastantes casos, sólo en valenciano. Ya sé, es su derecho. Pero ante las súplicas de una mujer que se encontraba en la misma situación que mi amigo y que demandaba oír al menos el número del instituto también en español (he dicho también, no sólo) para localizar las plazas y poder ir tachándolas, un rumor proveniente de las butacas de esa extraña izquierda que reclama nación y lengua (¿una izquierda nacionalista?, yo creía que ambos términos eran incompatibles), hizo que desistiera de tan agresiva e intolerable sugerencia.
Es curioso, además, que en la toma de posesión de plazas vacantes, es necesario demostrar que se tienen los correspondientes cursos de valenciano para poder elegir una plaza de línea en valenciano o para dar clases de esta lengua. Sin embargo, a un profesor de inglés, por poner uno de los miles de ejemplos posibles, le pueden incluir en su horario clases de francés sin que tenga que certificar el conocimiento del idioma de Balzac.
Respecto a la línea en valenciano diré que es lógico que los profesores impartan en valenciano las clases a los alumnos que han elegido esta línea idiomática. Lo que no merece mi aprobación es utilizar también el valenciano para dar clase a alumnos que no han elegido esa modalidad lingüística. Y esto se hace a menudo por algunos profesores. Porque entonces, ¿para qué instauramos la línea en valenciano?
Otra estupidez que se está implantando progresivamente en la sociedad y algunos medios de comunicación es escribir o decir Lleida, Girona, Crevillent, A Coruña, Ourense... cuando se está empleando el idioma español. Es una moda ridícula e incorrecta. Decir: “Esta mañana he venido de Lleida” es tan absurdo como decir: “Mañana nos vamos de viaje a London”. Además, para más inri, los medios de comunicación catalanes suelen catalanizar los nombres españoles de ciudades y pueblos. No dicen Zaragoza, sino Saragossa; ni Teruel sino Terol etc. Es coherente. Si hablan en catalán y en ese idioma existen términos para referirse a una ciudad o país o pueblo, deben utilizarlos. Lo mismo debe ocurrir en español o en cualquier otro idioma.