martes, noviembre 14, 2006

La primera vez que oí hablar de Rubén Gallego y de su libro Blanco sobre Negro fue en el programa de televisión Negro sobre Blanco, que presentaba Dragó a altas horas de la noche. Curiosa casualidad. En aquella entrevista, Rubén Gallego contestaba en ruso a las preguntas que le hacía el redicho presentador, mientras un traductor simultáneo nos hacía comprender aquellas vivencias que nos contaba Rubén y que había plasmado en su libro. Unas vivencias terribles en orfanatos secretos, después de que las autoridades soviéticas se lo quitaran a su madre, tras año y medio encerrados en un hospital. Después de ese tiempo, a la madre le dijeron que el muchacho había muerto. Rubén, aquejado de parálisis cerebral, narra en el libro la sordidez de los orfanatos rusos, sus experiencias diarias en ellos, la propaganda antioccidental presente en cada momento. Contrariamente a los que reniegan del capitalismo, de los USA y de los McDonald's, Rubén Gallego fue feliz durante su visita a Norteamérica en que disponía de una silla de ruedas eléctrica con la que paseaba por las calles y entraba en restaurantes como cualquier ciudadano. Poco antes de retornar a Rusia, decía con amargor: "Allí, en la lejana Rusia, me depositarán con cuidado en un diván y me condenarán a cadena perpetua entre cuatro paredes. Una buena gente rusa me dará de comer y beberá vodka conmigo. Allí comeré bien y puede que ande caliente. Allí habrá de todo, menos libertad. Me prohibirán ver el sol, pasear por la ciudad, ir a un café. Me explicarán condescendientes que todos estos excesos son para la gente normal, no para las personas discapacitadas. Me darán otro poco de comida y de vodka y una vez más me recordarán lo desagradecido que soy. Me dirán que quiero demasiado, que tengo que esperar un poquito, sólo un poquito, nada, unos cincuenta años. Y estaré de acuerdo con todo y diré que sí con la cabeza. Haré obediente lo que me manden y soportaré en silencio la vergüenza y la humillación. Aceptaré mi discapacidad como un mal inevitable y poco a poco me iré muriendo. Y cuando me canse de esta vida de perro y pida un poco de veneno, por supuesto, me lo negarán. La muerte rápida está prohibida en aquel lejano y humano país. Todo lo que me permitirán es envenenarme lentamente con vodka y confiar en una úlcera de estómago o en un infarto".