jueves, enero 11, 2007

En este libro se recogen decenas de fotografías tomadas en los campos de concentración que emergieron como champiñones por todos los rincones de la extinta Unión Soviética. El fotógrafo y periodista polaco Tomasz Kizny, a través de esta fantástica recopilación que le ha llevado más de quince años de investigación, nos revela en algunas de las instantáneas el horror en los rostros de los condenados en aquellos monumentos de la depravación humana.
También merece la pena destacar uno de los tres prólogos que inician el libro. En él, Jorge Semprún desmenuza brillantemente los curiosos motivos por los que la izquierda europea estuvo cegada durante años ante la barbarie soviética. Cuando las tropas de la Unión Soviética liberaron Auschwitz, se pensó que esa nación era una aliada más que había acabado con el nazismo. Nada más lejos de la realidad. Stalin no era más que el alter ego de Hitler. Muchos de los prisioneros que eran liberados de los lager nazis pasaban directamente a los gulag soviéticos.
Algunos todavía hoy se sorprenden de que el Consejo de Europa, por fin, haya aprobado en enero de 2006 una resolución de condena de los crímenes comunistas. En algunos países, negar el holocausto es delito. Me temo que negar los crímenes de los regímenes comunistas sale todavía gratis.